Va esparciendo sus hijos como granos de mundos nuevos sobre cada frente. Hijos tan incontables como olas de ese mar de lo humano que no cesa. Llena tanto las frentes de su sombra, y de tantos designios y saberes que recordarlos luego mataría. Por eso nadie sabe cómo amarlo.
Entramos los tres a un pequeño patio a cielo abierto que era como la antesala de otro patio que, por su amplitud, debía ser el principal. Dos jóvenes con una larga túnica negra caminaban apresuradamente delante nuestro.
-¡Morfeo! ¡Fántaso!¡Esperad!- los llamó Hypnos.
Ambos se pararon en su carrera como si se hubieran topado con un muro invisible, girando su cabeza hacia nosotros.
- ¡Padre! ¡Qué alegría veros! – Sonrieron ambos al mismo tiempo y a mi me pareció que las voces sonaban al unísono.
-Mira –dijo Hypnos dirigiéndose a mi- Son dos de mis hijos. Morfeo y Fántaso. Decidme – volvió a sus hijos- ¿dónde están vuestros hermanos Ícelo y Fobétor?
-Están dentro del “triclinium” ayudando a los comensales en su viaje por las espesuras del sueño. Por cierto Asclepio, necesitaremos tu auxilio para practicar una “incubatio” .
Asclepio se unió a Morfeo y Fántaso y los tres desaparecieron por una puerta que debía ser la del comedor. Hypnos me señaló un cuarto que se encontraba a mi lado derecho diciendo que entrara ya que debía prepararme para la cena y no podía entrar vestido como iba. La verdad es que ni me recordaba que aún llevaba mi disfraz de “bonito” con americana, corbata y relucientes zapatos. El cambio era totalmente radical. “Vístete con la túnica lila”. Me metí en un pequeño cuarto donde me quité toda la ropa que, en verdad, me sobraba en aquél momento y me cubrí únicamente con la toga. La verdad es que no tenía sensación de calor, ni de frío como tampoco, extrañamente, me sentía cansado.
Entré con Hypnos por la puerta donde antes habían desaparecido sus hijos y Asclepio y nos encontramos en una gran sala en la que destacaba, al fondo, una cascada de agua que era canalizada por una tubería como de plomo hasta una fuente que presidía una mesa semicircular donde se sentaban o mejor dicho, se reclinaban, a su alrededor ocho comensales.
-Esta sala es la “Morada del Sueño”, mi auténtica casa. Aquí vienen personas como tú, que no sueñan. Asclepio y mis cuatro hijos las ayudamos a que lo hagan. Primero es Morfeo, el de los sueños profundos que nunca se recuerdan. Luego Ícelo, que rige el descanso hasta que llega Fobétor que a veces suavemente, otras de una manera más brusca, te lleva hasta Fántaso, que reina sobre el mundo de los sueños que recuerdas y dónde los dioses te envían mensajes para que se los des a Asclepio y pueda sanarte de tus dolencias.
-Eso que me cuentas se parece mucho a las fases en las que se divide el sueño –le comenté a Hypnos
-¿Pero tú te crees que los mortales habéis inventado algo? –sonrió el dios del sueño- Siéntate que ahora servirán la cena y luego estate muy atento en la sobremesa que hoy tenemos a un narrador de primera fila. Publio Ovidio.
La abundante cena se componía, o eso me dijo una tal Baco que andaba por allí, de la “gustatio” o entremeses que se componía de los siguientes platos; Moretum, Hypotrimma, Iscia de Pescado, aceitunas aliñadas a las hierbas y de frutos secos. Posteriormente nos sirvieron la cena propiamente dicha o “capvtcenae” de tres platos: ensalada de guisantes al estilo de vitelio, patina de pescado y cochinillo con puerros y garum. Por si alguien se había quedado con hambre seguimos con la “secundae mesae” o el postre en la que solo pude atacar la “Apotermun”. Regaban las exquisitas viandas vino de rosas y otro vino con miel caliente que se sirvió en la “comissatio” en la que, después de la pantagruélica comida y achispado por la bebida, casi ni me di cuenta cuando alguien me colocó una guirnalda de flores. De esa guisa nos dispusimos los que estábamos allí a escuchar la historia de Ovidio, de la que os hago un resumen a pesar de que al maestro, le costó compilarla en quince libros y trescientas sesenta y seis páginas.
“Ceix y Alcione eran el paradigma del matrimonio feliz. Nada les faltaba. Él tenía un reinado y ella procuraba que nadie le soplara el reino a su marido aprovechando que su padre era un tal Eolo a la sazón, dios de los vientos. Como la pareja eran unos exhibicionistas redomados, se dedicaban a pasear su felicidad hasta las puertas del Olimpo. Eso provocó la ira de Zeus y Hera, los jefes de todos los dioses que decidieron infligir a los tortolitos un castigo ejemplar. Así que llamaron a Hypnos para que le diese un recadito a Ceix a través de los sueños. Hypnos, como jefe del departamento de los sueños, encargó a uno de sus hijos, Morfeo, que atormentase con pesadillas a Ceix. Podéis imaginaros la pesadilla en cuestión. En el sueño Alcione, dejándose acaramelar por el dios más golfo de los que han existido, Eros, se enamoraba de un lindo varón con el que retozaba pesadilla si (para Ceix) y pesadilla también. Como el rostro del amante de la fantasía no acababa de verse y Alcione insistía una y otra vez en su inocencia hasta el punto de rogar a su marido que fuese a preguntar al oráculo, el virtualmente cornudo marido decidió emprender un viaje hasta Claros para consultar al profeta. No uno cualquiera, sino al del mismísimo Apolo. Como el lugar debía estar lejos y con mar de por medio, zarpó a la búsqueda de respuestas que calmasen su inquietud y limasen su cornamenta. Pero como había desatado la furia de los dioses y Ceix ya no gozaba de la protección del viento, una terrible tormenta hizo naufragar su nave muriendo ahogado.
Alcione no se enteró de la muerte de Ceix ya que, en aquella época, las comunicaciones no eran como las de nuestros días. Así que vió como pasaban los días sin que regresase su marido a pesar de que cada día se acercaba a los altares de la diosa Juno para pedirle el regreso de Ceix. Los dioses que de vez en cuando también son magnánimos, decidieron acabar con la incertidumbre de Alcione y, de nuevo, llamaron al intermediario, Hypnos para que le comunicase el trágico suceso a través del sueño. Así lo hizo y se cuenta que Alcione enloqueció de dolor arrojándose al mar en busca de su querido Ceix trasformándose ambos en aves, unos dicen que en martín pescadores, otros en gaviotas. Existe una versión romántica y por tanto con la que yo me quedo, acuñada por Robert Graves, que explica que ahora, cada invierno, la martín pescadora lleva a su macho muerto con grandes lamentos a su entierro y luego construye un nido muy compacto con las espigas de la ortiga de mar, lanzándolo a él, poniendo allí sus huevos y empollando a sus polluelos. Eso lo hace en los llamados Días del Alción, es decir, los siete que preceden al solsticio de invierno y los siete que le siguen, días en los que, el dios Eolo, prohibe a sus vientos que agiten las aguas.”
Cuando Ovidio terminó el relato los comensales se fueron retirando uno a uno. No. Se retiraban en parejas a otras estancias de aquella gran mansión.
-Es la hora de venerar al dios Eros – me informó Hypnos – Tú también debes hacerlo, no hay que contrariar a los dioses – sonrió abiertamente mi dios de los sueños – Además es mi hermano y te tratará bien.
-¿Eros hermano tuyo? – Comenté incrédulo.
-Si. Somos tres hermanos, Tanatos, Eros y yo. Y cada uno de nosotros, por si no te habías dado cuenta, dominamos el mundo de vuestro inconsciente, del abandono del “yo” de los mortales. Acompañamos a ese “yo” hasta dónde debe ir… hacia la muerte plácida, hacia el mundo de los sueños o hacia la “pequeña muerte”… hacia lo desconocido que es nuestra posesión – y volviéndose hacia mí me dijo- Ves, entra en esa sala que te está esperando Afrodita. Te hará un masaje relajante que, curiosa y contradictoriamente, no olvidarás nunca.
Hypnos me hizo un ademán con la mano como de despedida apremiándome a que entrase en la Sala. Lo hice y allí me encontré con Afrodita una preciosa mujer de cabellos negros, lacios y largos, vestida con lo que a mi me pareció una “túnica tanga” (no esperéis descripción alguna porque no os la pienso dar) y que me sonreía a la vez que abría sus enormes y oscuros ojos en los que me hubiese colado a la búsqueda del tesoro que escondían sus profundidades. Suavemente, sin tocarme apenas, me despojó de la túnica dejándome la piel como única cobertura. Curiosamente no me sentí extraño en esa situación, ni presa del pudor aún dándome cuenta de que algo en mí empezaba a despertar. Me cogió de la mano llevándome hacia un gran colchón cubierto por sábanas de seda rojas, haciéndome estirar en él boca abajo. Fue entonces cuando ella se despojó totalmente de su “túnica tanga” adquiriendo aquella igualdad conmigo, que tanto me gusta en las lides íntimas. Desnudarse era parte del ritual del masaje. La piel debe chocar enteramente contra la piel. Músculo contra músculo. Mezcla de alientos. Fusión de sentidos. Afrodita, sentada en cuclillas sobre la parte trasera de mis muslos, empezó a embadurnarme la espalda con aceites de aromas para mí desconocidos hasta entonces. Sabía que sus manos tocaban, acariciaban mi piel, porque el aceite se extendía lentamente por mi dorso. Los hombros se hicieron resbaladizos, prestos para que las manos de Afrodita se acercasen a zonas de mi cuerpo que esperaban anhelantes. Parecía no tener prisa y, aunque mi excitación iba en aumento, yo tampoco la tenía prefiriendo aquél estado de bienestar que me embargaba a una rápida conclusión. Cuando me tuvo la espalda bien embadurnada con aquél aceite fueron sus pechos los que la masajeaban. Notaba como sus pezones, endurecidos y firmes, se deslizaban por mi espina dorsal Una nueva ola de placer rompió en la playa del interior de mis muslos haciendo que mis nalgas,, en un movimiento reflejo, acrecentasen su posición supina ofreciéndose a la conquista de las manos y del cuerpo de Afrodita. Consciente de mi pérdida, la mujer diosa continuó con la segunda fase de su masaje. Bajó las manos desde el final de la espalda, hasta las nalgas, llenándolas de aceite, lubricando especialmente aquellos lugares donde era difícil el acceso. Siguió por los muslos y, en un descenso que se me antojó rápido, llegó a los pies donde ahora, su boca y su lengua, eran los pinceles que humedecían los dedos de mis pies. Permaneció allí durante largo rato, llenándome de su saliva, amasándome las plantas, engrasándome los intersticios existentes entre los dedos para luego pasar su lengua entre ellos… Me sentía arder y notaba como si me daba la vuelta para penetrar en ella, explotaría sin remedio… Fue entonces cuando Afrodita volvió a mi espalda para volver a iniciar un masaje en el que sus manos si que se hicieron evidentes. Tamborileaban cada vez más fuerte sobre ella… cada vez más y más fuertes… Hasta que escuché un chasquido que me fue muy familiar:
Ggggrrrruiiiiiiigggggggggg….. uuuuuuuuujjjjjjjjjjjjjjmmmmmmmmmmmm
Abrí los ojos justo en el momento en que el avión tomaba tierra en el aeropuerto del Prat de Barcelona. A mi lado escuché la voz de mi pareja que me decía:
-¡Por fín! ¡Te has pasado todo el fin de semana durmiendo!
Sonreí, no sin cierta decepción (comprensiblemente) porque mi particular viaje al mundo de los sueños había finalizado…Mis manos sujetaban un folleto de un museo que se encontraba en un pueblo de la provincia de Córdoba, Almedinilla , en él se podía leer una frase de Homero:
“El sueño, señor de todos los dioses y de todos los hombres”