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ENTRE LINEAS

Sueños

Rima forzada

Rima forzada

 

Me pidió que la adorara. Lo hice derramando sobre ella toda la ternura que  pude alojar entre su silencio y su desdén. Fuí capricho de sus vaivenes, antojo de sus necesidades, marioneta movida por los hilos de sus deseos, el monigote que pintaba en sus lienzos. Ahora yazgo como un juguete roto entre los versos de una poesía escrita en el espacio que va de su teta (*) a mi bragueta.

 

(*) Son dos pero la rima es la rima.

 

Sin pasión, el hombre sólo es una fuerza latente que espera una posibilidad (Henry F. Amiel)

 

 

Sigamos soñando…

Sigamos soñando…

 

 

Nochevieja es la noche más llena de tópicos y ritos. Osea, de gilipolleces. A los que se despiden de uno o una cinco minutos antes de que las agujas del reloj con el consabido: “¡Nos vemos el año que viene!” sonriéndote como si aquello fuese una despedida para toda la eternidad (yo es que a est@s los enviaba lejos de verdad) se unen este año los no menos “ingeniosos” que te dicen exhibiendo una sonrisa de oreja a oreja: “¡Hasta la década que viene!”. A es@s, que tan impúdicamente el subconsciente les traiciona porque en realidad lo que quieren es verte lejos de allí durante una temporada, los enviaba a la cola del paro de las relaciones sociales si es que existe la susodicha cola (y si no existe la invento ahora mismo)

 

 Luego aparecen l@s pedigüeñ@s con aquello de: “Yo al año nuevo le pido salud, dinero y amor” ¡Ahí es nada! ¡Cómo si el año nuevo fuese ZP! Además esa es una petición sin lógica porque si a todo el mundo se le concediese lo mismo –si es que hay alguien con esa potestad omnímoda- se pararía el ciclo de la vida y el mundo se pondría imposible de personal, como muy bien apuntó José Saramago. Así que mejor que se siga muriendo la gente –tranquil@s que esa nunca llama dos veces- se sigan arruinando y enriqueciendo otr@s y sigamos retozando discrecionalmente. De ese mismo estilo de personajes  son l@s que, como si creyesen que piden poca cosa, espetan: “Yo que me quede como estoy”. Otro imposible porque nadie se puede quedar como está. Pretender eso es como despreciar el orden universal en constante evolución. Así que el año que viene, nos seguirá cayendo el pelo, aparecerán más canas, nos subirán los impuestos y, si nadie lo remedia –que nunca lo hace-  caeremos en nuevos errores y, algun@ que otr@, en los mismos.

 

Pero a pesar de que somos conscientes, en gran medida, de nuestros imposibles, seguiremos poniéndonos la ropa interior roja o amarilla, pondremos velas en nuestra mesa a la hora de cenar y nos atragantaremos –como cada fin de año- al intentar comernos las doce uvas de nuestros deseos al son de las campanadas… Porque, en definitiva, nos es necesario soñar.

 

 

 

 

 

Instantes

Instantes

 

La vida es una suma de instantes. De ternura, de pasión, de amor, de felicidad, de añoranza, de locura, de desesperación, de amargura. Instantes fugaces o duraderos. Instantes que se recuerdan o se olvidan, que pasan o se quedan para siempre con nosotros. Hoy tuve mi instante de ternura al leer un comentario que me dejaron en un escrito de hace mucho tiempo. Es de Elena, una niña de once años a la que no conozco ni probablemente conoceré nunca. Comentaba lo siguiente a la pregunta: “¿Qué quieres ser de mayor?” 

 

hola, tengo 11 años, y no quiero hacerme mayor porque tengo unos padres y una familia que no quisiera avanzar. Ojalá se pudiera parar el tiempo. A veces cuando veo mis fotos de pequeña, me pongo a llorar...”

 

Me pregunto cuantas veces, cuando tenía su edad, me hice la misma pregunta o cuantas veces se la hicieron mis hijas. Y cuantas veces lloramos al ver que el tiempo era esquivo con nuestros deseos llevándose con él a los seres que nunca debieron desaparecer de nuestra vida. Me he dado cuenta que no lo recuerdo y, probablemente, mis hijas y los hijos de mis hijas tampoco lo recordarán. Solo son instantes.

Tal vez... seas más que la realidad de un sueño

Tal vez... seas más que la realidad de un sueño

 

Tenía tantas ganas de seguir hablando contigo –si es que una conversación en el messenger se puede llamar así- que te pedí nos viésemos en nuestro mundo real.

 

En el de los sueños.

 

Me envolví rápido en sábanas y oscuridad y cerré los ojos para verte por primera vez. Ahí estabas, materializando esa sonrisa un tanto desdeñosa con la que apareces en las fotos. Me di cuenta que era yo quién podía verte porque era yo el que había llegado primero a la estación  de las ilusiones. Tu andabas un poco despistada tal vez porque tus ojos permanecían abiertos y la consciencia vigilante. Cuando pude cazar tu mirada, cambiaste el semblante. Aquella sonrisa burlona se tornó tierna y cálida. Tus ojos brillaban tanto que alumbraban nuestro encuentro. Instintivamente, con esa naturalidad propia de las personas que quieren llegar a las entrañas del alma del otro, nos cogimos de las manos sin dejar de mirarnos.

 

Lentamente acercaste tus labios a mi mejilla.

Noté tu aliento suave.

Pude apreciar tu olor.

Sabía que no debía girarme para robarte el sabor en tu boca. No lo hice.

Seguiste despacito hasta mi oreja y ahí me regalaste tu voz. Un susurro cálido que me llenó de sensaciones.

Dos palabras que removieron mi juicio volviéndolo del revés...

 

                                      “Tal vez…”

El sueño de la realidad

El sueño de la realidad

Sabe que es un sueño.
Solo un sueño.
Pero, aún así, sabe que no debe soñar con él.
Que no le corresponde soñar con él.
Que no puede soñar con él.
Demasiado riesgo por un sueño.
Demasiado compromiso por un sueño.
Demasiado peligro por un sueño.
Al fin los sueños se desvanecen cuando llegan las tinieblas de la realidad para quedarse.
Se evaporan cuando la realidad se solidifica.
Se malgastan cuando tropiezan una y otra vez con la realidad.
Es entonces cuando aparecen los espejismos.
Cuando brilla la inquietud.
Cuando resplandecen las pesadillas.

Recuerdos

Recuerdos

Muchas veces pienso en cómo era hace unos años. Voy hacia atrás en la memoria del tiempo para ver con rotunda nitidez episodios muy remotos de mi vida. Puedo remontarme a la niñez con cierta facilidad convencido que el personaje que imagino era yo. Pero no es así. Lo que estoy recordando son recuerdos. Estoy viendo mi pasado próximo, la última memoria que tengo de aquella escena que tanto impactó en mi niñez, en mi adolescencia o en mi madurez. Recuerdo un recuerdo de quién era con la certeza de saber que aquél no era yo. Los recuerdos se deforman cada vez que acuden a la memoria y ya no sabemos quiénes somos o de dónde venimos, aún así nosotros seguiremos pretendiendo saber dónde vamos.

Ya no te persigo

Ya no te persigo

Es lunes y como cada lunes, me levanto con la mente abotargada. Desde hace meses que no consigo descansar la noche que enlaza el domingo con el lunes. Ya ni las “perlas” de valeriana hacen efecto. Tampoco los sueños por mucho que trato de imaginarlos.

- “¿Los habré perdido?”, me pregunto en un estado de agitación semi-inconsciente. Acto seguido, trato de calmarme pensando que un sueño no es más que energía que, como todas, se transforma.

- “Un sueño es esa energía que nos ayuda a ponernos en marcha cada día”, trato de auto-convencerme en un intento vano de establecer que los sueños nunca desaparecen sino que, de tanto esperarlos, nos pasan inadvertidos. Entonces busco en mi memoria tratando de recordar alguno.

- “Nada”. Por más que reviso en el histórico de mi mente, las carpetas de los archivos aparecen invariablemente oscuras. De vez en cuando un destello, que pertenece a algún sueño pendiente, trata de abrirse paso; pero al cabo de unos segundos se desvanece sin que apenas pueda rememorarlo. Hago trampa tratando de inducirlo, pero no me ha servido de nada. Se ha desvanecido como los demás. Entonces me doy la vuelta hacia el otro lado, para escapar de los latidos del corazón que atormentan mi descanso. No me gusta escuchar su sonido cuando trato de que aparezcan los sueños. Su latido es tan fuerte que los ahuyenta ocupando todo el espacio en mi mente. Intento vano. Los latidos atacan mis sienes y las golpean con fuerza…

- “¿Dónde estás sueño?”, un grito de silencio ahogado en mi pecho. Pero no viene. Una tras otra van apareciendo imágenes rápidamente, como trailers de película.

- “Venga. Escoge uno. Prueba con éste…. O con este. O con el de ella”. Nada. Ningún sueño permanece conmigo en ese tránsito. Se desvanecen. O se escapan, no se.

- “¿Por qué habría de escaparse un sueño?” “¡Qué tontería!” me digo, “los sueños siempre están ahí. Solo se transforman”, barrunto cada vez con menos convencimiento. Entonces…

- “¿Por qué no vienes, sueño?”. Silencio. La noche avanza lentamente. O muy rápidamente, no lo se. Cojo la radio y escucho alguno de esos programas en el que la gente llama para contar sus miserias buscando a otros con más miserias que las propias para que les sirva de consuelo. Pero ya es tarde. Incluso la miseria se ha desvanecido por unas horas. Y sigo ahí. Persiguiendo mi sueño sin poder alcanzarlo…

Son las siete y media y hoy tampoco he soñado. Será un día, como cada lunes desde hace meses, vacío. Solitario. “Tal vez” pienso al ver la luz como se filtra por las rendijas de la persiana de mi habitación “es que ya no te necesite, sueño”. “Estoy cansado de perseguirte”, digo en voz alta, mientras unas lágrimas se escapan de mis ojos certificando la mentira de esas palabras.

 

(Es un texto que escribí hace tiempo. Es antiguo pero hoy lo recupero porque sigue plenamente vigente)

Sueños baldíos

Sueños baldíos

Llegó un día en que no quiso levantarse de la cama. Ni abrir los ojos le apetecía. Por mucho que sus atribulados familiares y amigos le decían que se tenía que incorporar él permanecía impasible. Hasta le daban palmadas en la cara para espabilarle, pero él perseveraba incólume en el tálamo sin proferir una palabra de queja o dolor. Transitaron médicos, psicólogos, inclusive un cura y un chamán para ver si lograban insuflar algo de vida a aquél amasijo de carne en que se estaba convirtiendo. Ninguno de ellos consiguió despertarle. Así, sumido en un profundo letargo, pasaron semanas, meses, años sin que nadie encontrase una explicación, humana o divina, a aquél estado cercano a la muerte.

 

Un día abrió los ojos sin más y el revuelo que ello originó entre su esposa e hijos hizo que se congregaran a su alrededor un nutrido grupo a la espera de saber qué le había ocurrido. Movió los labios como si quisiese decir unas palabras, pero el estado de debilidad en que se encontraba no le permitía dar fuerza a su voz. De hecho ni alzarse del catre podía, por lo que tuvo que ser uno de sus hijos el que acercase su oído hasta sus labios para saber qué era lo que quería decir.

 

- He tenido un sueño, acertó a oír su primogénito.

 

Sin más, expiró. Alguien de los allí reunidos quiso ver en el rostro del finado una sonrisa de felicidad. Fue solo un instante.

Viaje alucinante

Viaje alucinante

Siento vértigo cuando miro al cielo precipitándome sin remedio hacia él. Cierro los ojos con la ilusión que mi caída a las alturas no tendrá consecuencias fatales al ser fruto de una de mis ficciones imposibles. Estoy seguro que cuando los abra me encontraré tumbado tranquilamente en la hamaca del jardín de casa.

 

No es así. Mi salto hacia la bóveda celeste es real, tan real como esa nube que me envuelve y trato de apartar inútilmente con un aleteo de manos. Al atravesar la nube en mi acelerado descenso hacia el cosmos, tengo un instante de pánico constatando la posibilidad que acabe perdido en algún lugar del firmamento. Ese sobresalto, por razones que aún no logro comprender, se diluye a medida que cruzo la estratosfera acercándome al espacio.

 

La ingravidez ahora balancea mi cuerpo desacelerando su bajada. No siento frío. No me es posible sentir frío contemplando el espectáculo del Universo. Me invade una sensación de triunfo al saberme un espectador privilegiado que tiene al alcance las estrellas, el guiño de la Luna, la rotación de los planetas, el vaivén de los asteroides… y consigo, por fin, el sosiego al percibir que he llegado al final del viaje. Al término de esa vertiginosa aventura que representa mirarte a los ojos.

Mensaje en una blogtella (II)

Mensaje en una blogtella (II)

Está claro que este mundo de los diarios es un espacio al que enviamos mensajes y al que acudimos en busca de ellos. Por eso lo utilizamos, muchas veces, para desarrollar nuestras buenas o malas artes de seducción. Quienes tienen cierta gracia en el uso del lenguaje escrito no les es difícil encontrar su “público”, al que tratan de enraizar con palabras descaradamente galantes. Los, llamémosles así, “seguidores” tenemos la disposición a creernos maravillosos y fruto de esa entendida, por nosotros, exclusividad, llegamos al convencimiento que esos escritos llenos de pasión y sentimiento del diarero o diarera se dirigen solo a nosotros. El autor o autora, sabedor de que la pieza ha picado el anzuelo, no hace nada para sacarla de la confusión, no vaya a ser que se le vea el plumero y sus visitas caigan en picado convirtiéndose en el descrédito de “La Red”. En ese momento se llega a situaciones de ridículo por parte del incauto o incauta que ha creído a pies juntillas los amorosos recados del hacedor o hacedora de prosa creyendo vivir una pasión auténtica. No pondré ejemplos porque hoy no tengo el día cruel, pero haberlos, haylos. Y a montones. Para localizarlos solo tenéis que fijaros si el escrito que se “cuelga” en un diario parece un mensaje cifrado. Desconfiad si lo entendéis, hay muchos más que conocen las claves que han sido pasadas en la intimidad de una conversación por Messenger o conductos similares. En cambio si no comprendéis el mensaje, respirar tranquilos, tampoco sois los receptores del escrito. Y, aunque lo fueseis, no importa. Siempre queda el consuelo que con aquella persona nunca os hubieseis entendido.

Mensaje en una blogtella (I)

Mensaje en una blogtella (I)

Tengo cierta tendencia a escribir en momentos de crisis emocional. Es algo que me viene de lejos, desde la infancia. Recuerdo que, cada vez que me castigaban en la escuela, me entraba un estado de pánico al tener que explicar en casa mi tropelía. Sabía de la severidad de la justicia paterna que generalmente me condenaba a un encierro en mi cuarto con la orden que debía meterme en la cama a dormir inmediatamente después de hacer los deberes. Esa situación de aislamiento familiar envuelto en oscuridad me horrorizaba, convirtiéndose en el ambiente propicio de no pocas pesadillas de aquella época. Con el tiempo solucioné esas crisis de verdadero terror echando mano de la imaginación. Me inventé un amigo. No un amigo cualquiera, no. Un amigo al que le escribía mensajes. Bueno, lo cierto es que al principio le hablaba –bajito para que no nos oyesen- pero como no me contestaba, pensé que lo mejor era contarle mis penas por carta. El inconveniente era que los amigos inventados no tienen domicilio conocido, por lo que llegué a acumular un buen número de notas que no sabía dónde enviar a pesar de tener destinatario. Esa situación estuvo a punto de dar al traste con mi fantasía y devolverme a mis angustias. Hasta que un día encontré la solución, metería los mensajes que escribiese en una botella y los lanzaría al mar, de esa manera siempre llegarían a su destino. Me di cuenta que esa tampoco era la solución, cuando las botellas que arrojaba al mar no pasaban de la primera ola y eran devueltas a la playa. La fuerza de un niño no era suficiente para superar aquella barrera, la primera ola. Ninguna de aquellas notas que empezaban con “A mi amigo desconocido” llegaría a su destino.

 

Crecí y, con ello, mi fuerza se hizo suficiente como para superar aquella primera ola. Las desazones cambiaron. Ya no era el temor a la incomunicación familiar lo que me preocupa, sino la soledad producida por el desconsuelo de los amores rotos. Continué echando mis botellas al mar. Veía como se perdían para encontrar el camino hasta el amigo desconocido, alguien de quién nunca obtuve respuesta. Los naufragios continuaron y, aunque ya no enviaba mensajes encerrados en una botella, acudía al lado del mar a llorarle mis sentimientos. Siempre al amanecer, tras haberme acostado en la arena y fornicar con ella toda la noche hasta llenarla de polvo de estrellas.

 

Ahora escribo en estas páginas y me he convertido en un naufrago en un mundo de naúfragos. Todos lanzamos nuestras botellas llenas de mensajes con la certeza de que siempre llegan a un destino aunque sigamos sin poner la dirección.

Élan vital

Élan vital

Los que me seguís con cierta asiduidad sabéis que mi estado ideal –y que idealizo- es el de ausencia de obligaciones laborales y, en cierta medida, sociales. Vamos, que mi meta en la vida es estar permanentemente de vacaciones. No a cualquier precio, que uno está acostumbrado a lo mejor, sino a un precio que, hoy por hoy, veo allí en las alturas. Como eso aún no está a mi alcance a pesar de mis denodados esfuerzos por conseguirlo, tengo que conformarme con tener un mes de vacaciones al año, como casi todo hijo e hija de vecino. A lo que iba. Las vacaciones es mi período perfecto. Este año decidí –decidimos, que para tema tan vital uno tiene que contar con su entorno- añadir unos toques de fantasía a mi holganza y, como en los mejores cuentos, viajé a un país lejano al menos físicamente porque, normalmente, suelo tener diariamente a ese País a un par de metros de mis narices, justo cuando enciendo la “tele”. Allende los océanos que diríamos los románticos instalados en la primera fase del romanticismo. Así que me instalé en las tripas del pájaro de acero, vulgarmente llamado avión, y llegué a la costa este de los EE.UU. Concretamente al aeropuerto de Newark en New York. Estar en una ciudad como New York –capital compendio de todas las civilizaciones del mundo conocido y de parte del desconocido- en vacaciones ascendía mi grado de ilusión. Si, además, te pasean por las calles de New York en una limousine como si la calabaza de la Cenicienta se tratase, aquella quimera con la que soñaba en los momentos de agobio laboral, comenzaba a vislumbrarse. No digamos si esa calabaza-carroza te lleva hasta Broadway para ir al teatro, a ver un espectáculo musical. El fantasma de la ópera, por ejemplo. Es una auténtica gozada y ya imagino como vuestros dientes se van alargando poco a poco. Aunque aquello por lo que realmente todos y todas los que me leéis sentiréis envidia, es contemplar mi felicidad al ver las caras sonrientes de Flors y Rosa .

Y como lo prometido es deuda , os dejo un “pedacito” de esos momentos…



En mi sueño

En mi sueño

Te colaste en mi sueño con el arrogante descaro al que empuja tu vanidad. No venía a cuento que aparecieses en él porque apenas cruzamos un educado -con esa educación que permite el orgullo- saludo y miradas altaneras, fugaces no sea que se trasluciese algún interés recíproco. Ahora puedo recordarte a ti, en ese sueño que he olvidado. Eso me fastidia no por el hecho de desconocer qué haces en una fantasía que no te corresponde, sino porque el sueño era mío y ahora lo he perdido. Tu permaneces pero a ti no te tengo, pesadilla.

La baqueta que cayó del cielo

La baqueta que cayó del cielo

Del cielo llovió Maná porque la diosa que se ocupa de excitar mi espíritu decidió que debía atravesar el desfiladero que separa un año de otro mojado de sus melodías. Así, bañado por un mar de alborozadas manos que intentaban alcanzar ese pedazo de cielo que se nos ofrecía, volvió a aparecer la magia que solo los seres divinos saben obrar. Fue entonces cuando EL, que estaba clavado en el bar   rayando el sol , se impregnó de las gotas de felicidad que le regalaban, para revivir y decirle a la diosa… Gracias por ayudarme a encontrar un sentido a estas líneas.

Y también llovió una baqueta tras un impresionante solo de batería...

 

Reviviendo el de hace treinta y cinco años del grupo "Iron Butterfly"...

 

 

Alcanzando la Nada

Alcanzando la Nada

Una vez en lo alto de la montaña el hombre reflexionó sobre la utilidad de su proeza. Estaba solo allí arriba y, a pesar de haber llegado a la cima, seguía siendo tan inalcanzable para los demás como los demás para él. Miró hacia arriba contemplando el camino que aún le quedaba por recorrer, esta vez sin posibilidad de ayudarse en los salientes de la ladera para escalar. Un cansancio mortal se apoderó de su alma y decidió quedarse ahí, en esa cumbre que tanto tiempo y esfuerzo le había costado descubrir. Se quedó ahí, para siempre, en medio de la Nada.

Si me pierdo…

Si me pierdo…

Si me pierdo y os apetece encontrarme, estaré dentro del colchón de mi cama. No por las razones 'románticas' que estaréis pensando en este momento, sino por otras más mundanas. Resulta que me he comprado un colchón de viscoelástica (o viscolástica según versiones) que se adaptan a la forma del cuerpo por el calor que éste desprende. A mayor calor más se hunde el cuerpo en el colchón por lo que no sería de extrañar que, dada mi alta temperatura corporal, mi próximo destino estuviese ahí, en el fondo de un colchón.

Viaje al mundo de los sueños (3ª parte ¿y última?)

Viaje al mundo de los sueños (3ª parte ¿y última?)

Va esparciendo sus hijos como granos de mundos nuevos sobre cada frente. Hijos tan incontables como olas de ese mar de lo humano que no cesa. Llena tanto las frentes de su sombra, y de tantos designios y saberes que recordarlos luego mataría. Por eso nadie sabe cómo amarlo.

Entramos los tres a un pequeño patio a cielo abierto que era como la antesala de otro patio que, por su amplitud, debía ser el principal. Dos jóvenes con una larga túnica negra caminaban apresuradamente delante nuestro.

-¡Morfeo! ¡Fántaso!¡Esperad!- los llamó Hypnos.

Ambos se pararon en su carrera como si se hubieran topado con un muro invisible, girando su cabeza hacia nosotros.

             - ¡Padre! ¡Qué alegría veros! – Sonrieron ambos al mismo tiempo y a mi me pareció que las voces sonaban al               unísono.

-Mira –dijo Hypnos dirigiéndose a mi- Son dos de mis hijos. Morfeo y Fántaso. Decidme – volvió a sus hijos- ¿dónde están vuestros hermanos Ícelo y Fobétor?

-Están dentro del “triclinium” ayudando a los comensales en su viaje por las espesuras del sueño. Por cierto Asclepio, necesitaremos tu auxilio para practicar una “incubatio” .

Asclepio se unió a Morfeo y Fántaso y los tres desaparecieron por una puerta que debía ser la del comedor. Hypnos me señaló un cuarto que se encontraba a mi lado derecho diciendo que entrara ya que debía prepararme para la cena y no podía entrar vestido como iba. La verdad es que ni me recordaba que aún llevaba mi disfraz de “bonito” con americana, corbata y relucientes zapatos. El cambio era totalmente radical. “Vístete con la túnica lila”. Me metí en un pequeño cuarto donde me quité toda la ropa que, en verdad, me sobraba en aquél momento y me cubrí únicamente con la toga. La verdad es que no tenía sensación de calor, ni de frío como tampoco, extrañamente, me sentía cansado.

Entré con Hypnos por la puerta donde antes habían desaparecido sus hijos y Asclepio y nos encontramos en una gran sala en la que destacaba, al fondo, una cascada de agua que era canalizada por una tubería como de plomo hasta una fuente que presidía una mesa semicircular donde se sentaban o mejor dicho, se reclinaban, a su alrededor ocho comensales.

-Esta sala es la “Morada del Sueño”, mi auténtica casa. Aquí vienen personas como tú, que no sueñan. Asclepio y mis cuatro hijos las ayudamos a que lo hagan. Primero es Morfeo, el de los sueños profundos que nunca se recuerdan. Luego Ícelo, que rige el descanso hasta que llega Fobétor que a veces suavemente, otras de una manera más brusca, te lleva hasta Fántaso, que reina sobre el mundo de los sueños que recuerdas y dónde los dioses te envían mensajes para que se los des a Asclepio y pueda sanarte de tus dolencias.

-Eso que me cuentas se parece mucho a las fases en las que se divide el sueño –le comenté a Hypnos

-¿Pero tú te crees que los mortales habéis inventado algo? –sonrió el dios del sueño- Siéntate que ahora servirán la cena y luego estate muy atento en la sobremesa que hoy tenemos a un narrador de primera fila. Publio Ovidio.

La abundante cena se componía, o eso me dijo una tal Baco que andaba por allí, de la “gustatio” o entremeses que se componía de los siguientes platos; Moretum, Hypotrimma, Iscia de Pescado, aceitunas aliñadas a las hierbas y de frutos secos. Posteriormente nos sirvieron la cena propiamente dicha o “capvtcenae” de tres platos: ensalada de guisantes al estilo de vitelio, patina de pescado y cochinillo con puerros y garum. Por si alguien se había quedado con hambre seguimos con la “secundae mesae” o el postre en la que solo pude atacar la “Apotermun”. Regaban las exquisitas viandas vino de rosas y otro vino con miel caliente que se sirvió en la “comissatio” en la que, después de la pantagruélica comida y achispado por la bebida, casi ni me di cuenta cuando alguien me colocó una guirnalda de flores. De esa guisa nos dispusimos los que estábamos allí a escuchar la historia de Ovidio, de la que os hago un resumen a pesar de que al maestro, le costó compilarla en quince libros y trescientas sesenta y seis páginas.

“Ceix y Alcione eran el paradigma del matrimonio feliz. Nada les faltaba. Él tenía un reinado y ella procuraba que nadie le soplara el reino a su marido aprovechando que su padre era un tal Eolo a la sazón, dios de los vientos. Como la pareja eran unos exhibicionistas redomados, se dedicaban a pasear su felicidad hasta las puertas del Olimpo. Eso provocó la ira de Zeus y Hera, los jefes de todos los dioses que decidieron infligir a los tortolitos un castigo ejemplar. Así que llamaron a Hypnos para que le diese un recadito a Ceix a través de los sueños. Hypnos, como jefe del departamento de los sueños, encargó a uno de sus hijos, Morfeo, que atormentase con pesadillas a Ceix. Podéis imaginaros la pesadilla en cuestión. En el sueño Alcione, dejándose acaramelar por el dios más golfo de los que han existido, Eros, se enamoraba de un lindo varón con el que retozaba pesadilla si (para Ceix) y pesadilla también. Como el rostro del amante de la fantasía no acababa de verse y Alcione insistía una y otra vez en su inocencia hasta el punto de rogar a su marido que fuese a preguntar al oráculo, el virtualmente cornudo marido decidió emprender un viaje hasta Claros para consultar al profeta. No uno cualquiera, sino al del mismísimo Apolo. Como el lugar debía estar lejos y con mar de por medio, zarpó a la búsqueda de respuestas que calmasen su inquietud y limasen su cornamenta. Pero como había desatado la furia de los dioses y Ceix ya no gozaba de la protección del viento, una terrible tormenta hizo naufragar su nave muriendo ahogado.

Alcione no se enteró de la muerte de Ceix ya que, en aquella época, las comunicaciones no eran como las de nuestros días. Así que vió como pasaban los días sin que regresase su marido a pesar de que cada día se acercaba a los altares de la diosa Juno para pedirle el regreso de Ceix. Los dioses que de vez en cuando también son magnánimos, decidieron acabar con la incertidumbre de Alcione y, de nuevo, llamaron al intermediario, Hypnos para que le comunicase el trágico suceso a través del sueño. Así lo hizo y se cuenta que Alcione enloqueció de dolor arrojándose al mar en busca de su querido Ceix trasformándose ambos en aves, unos dicen que en martín pescadores, otros en gaviotas. Existe una versión romántica y por tanto con la que yo me quedo, acuñada por Robert Graves, que explica que ahora, cada invierno, la martín pescadora lleva a su macho muerto con grandes lamentos a su entierro y luego construye un nido muy compacto con las espigas de la ortiga de mar, lanzándolo a él, poniendo allí sus huevos y empollando a sus polluelos. Eso lo hace en los llamados Días del Alción, es decir, los siete que preceden al solsticio de invierno y los siete que le siguen, días en los que, el dios Eolo, prohibe a sus vientos que agiten las aguas.”

Cuando Ovidio terminó el relato los comensales se fueron retirando uno a uno. No. Se retiraban en parejas a otras estancias de aquella gran mansión.

-Es la hora de venerar al dios Eros – me informó Hypnos – Tú también debes hacerlo, no hay que contrariar a los dioses – sonrió abiertamente mi dios de los sueños – Además es mi hermano y te tratará bien.

-¿Eros hermano tuyo? – Comenté incrédulo.

-Si. Somos tres hermanos, Tanatos, Eros y yo. Y cada uno de nosotros, por si no te habías dado cuenta, dominamos el mundo de vuestro inconsciente, del abandono del “yo” de los mortales. Acompañamos a ese “yo” hasta dónde debe ir… hacia la muerte plácida, hacia el mundo de los sueños o hacia la “pequeña muerte”… hacia lo desconocido que es nuestra posesión – y volviéndose hacia mí me dijo- Ves, entra en esa sala que te está esperando Afrodita. Te hará un masaje relajante que, curiosa y contradictoriamente, no olvidarás nunca.

Hypnos me hizo un ademán con la mano como de despedida apremiándome a que entrase en la Sala. Lo hice y allí me encontré con Afrodita una preciosa mujer de cabellos negros, lacios y largos, vestida con lo que a mi me pareció una “túnica tanga” (no esperéis descripción alguna porque no os la pienso dar) y que me sonreía a la vez que abría sus enormes y oscuros ojos en los que me hubiese colado a la búsqueda del tesoro que escondían sus profundidades. Suavemente, sin tocarme apenas, me despojó de la túnica dejándome la piel como única cobertura. Curiosamente no me sentí extraño en esa situación, ni presa del pudor aún dándome cuenta de que algo en mí empezaba a despertar. Me cogió de la mano llevándome hacia un gran colchón cubierto por sábanas de seda rojas, haciéndome estirar en él boca abajo. Fue entonces cuando ella se despojó totalmente de su “túnica tanga” adquiriendo aquella igualdad conmigo, que tanto me gusta en las lides íntimas. Desnudarse era parte del ritual del masaje. La piel debe chocar enteramente contra la piel. Músculo contra músculo. Mezcla de alientos. Fusión de sentidos. Afrodita, sentada en cuclillas sobre la parte trasera de mis muslos, empezó a embadurnarme la espalda con aceites de aromas para mí desconocidos hasta entonces. Sabía que sus manos tocaban, acariciaban mi piel, porque el aceite se extendía lentamente por mi dorso. Los hombros se hicieron resbaladizos, prestos para que las manos de Afrodita se acercasen a zonas de mi cuerpo que esperaban anhelantes. Parecía no tener prisa y, aunque mi excitación iba en aumento, yo tampoco la tenía prefiriendo aquél estado de bienestar que me embargaba a una rápida conclusión. Cuando me tuvo la espalda bien embadurnada con aquél aceite fueron sus pechos los que la masajeaban. Notaba como sus pezones, endurecidos y firmes, se deslizaban por mi espina dorsal Una nueva ola de placer rompió en la playa del interior de mis muslos haciendo que mis nalgas,, en un movimiento reflejo, acrecentasen su posición supina ofreciéndose a la conquista de las manos y del cuerpo de Afrodita. Consciente de mi pérdida, la mujer diosa continuó con la segunda fase de su masaje. Bajó las manos desde el final de la espalda, hasta las nalgas, llenándolas de aceite, lubricando especialmente aquellos lugares donde era difícil el acceso. Siguió por los muslos y, en un descenso que se me antojó rápido, llegó a los pies donde ahora, su boca y su lengua, eran los pinceles que humedecían los dedos de mis pies. Permaneció allí durante largo rato, llenándome de su saliva, amasándome las plantas, engrasándome los intersticios existentes entre los dedos para luego pasar su lengua entre ellos… Me sentía arder y notaba como si me daba la vuelta para penetrar en ella, explotaría sin remedio… Fue entonces cuando Afrodita volvió a mi espalda para volver a iniciar un masaje en el que sus manos si que se hicieron evidentes. Tamborileaban cada vez más fuerte sobre ella… cada vez más y más fuertes… Hasta que escuché un chasquido que me fue muy familiar:

Ggggrrrruiiiiiiigggggggggg….. uuuuuuuuujjjjjjjjjjjjjjmmmmmmmmmmmm

Abrí los ojos justo en el momento en que el avión tomaba tierra en el aeropuerto del Prat de Barcelona. A mi lado escuché la voz de mi pareja que me decía:

-¡Por fín! ¡Te has pasado todo el fin de semana durmiendo!

Sonreí, no sin cierta decepción (comprensiblemente) porque mi particular viaje al mundo de los sueños había finalizado…Mis manos sujetaban un folleto de un museo que se encontraba en un pueblo de la provincia de Córdoba, Almedinilla , en él se podía leer una frase de Homero:

“El sueño, señor de todos los dioses y de todos los hombres”

Viaje al mundo de los sueños (2ª parte)

Viaje al mundo de los sueños (2ª parte)

“Pobre no es el hombre cuyos sueños no se

han realizado, sino aquél que nunca sueña”

Marie von Ebner-Eschenbach.

 

 

Fue una milésima de segundo. Abrí los ojos y no daba crédito a lo que veía. ¿Qué estaba ocurriendo allí, en aquella sala de conciertos? A mi alrededor cientos de cuerpos inertes con los ojos cerrados, se reclinaban en sus butacas. En el centro del escenario, la orquesta que instantes antes atacaba vehementemente las notas de “La Patética”, yacían inclinados sobre sus instrumentos. Resultaba grotesco ver a los músicos sobre el violonchelo o el tambor. El silencio lo inundaba todo. El silencio y mi desconcierto al no saber qué estaba ocurriendo. Sobre mi hombro descansaba la cabeza de mi pareja que, instantes antes, se concentraba vivamente en la sonata. Es como si sobre aquella Sala se hubiese derramado un gas que hubiese acabado con todas aquellas personas ¿Y si era un gas letal? ¿Y si realmente estaban todos muertos por la acción de un gas venenoso? ¿Muertos y qué hacía yo vivito y coleando? La peor de las ideas avanzaba en mi mente cuando intenté, sin ningún éxito, despertar o reanimar a mi pareja…

 

- Están dormidos. No te preocupes- oí nítidamente una voz a mi espalda

 

Me giré y vi una figura no muy alta, de aspecto infantil y completamente desnuda. A pesar de eso me costó saber que era varón. Sobre su cabeza se desplegaban unas pequeñas alas, en su mano derecha sujetaba lo que me pareció un pequeño cuerno y en la izquierda una especie de flores bulbosas de color violáceo.

 

 

 

 

- Despertarán – continuó diciendo aquél curioso ser – Ahora deben dormir.

- ¿Quién eres tú?

- Soy Hypnos, dios del sueño. También me llaman Somnus. He hecho dormir a toda la Sala con mi flor de adormidera – hizo un gesto alzando su mano izquierda mostrándome el ramillete de flores liláceas.

- ¿Y por qué no me has dormido a mí? Me hacía mucha falta…

- A ti no te hacía falta dormir –me cortó- A ti te hace falta soñar –sentenció- Por eso estoy aquí, para ayudarte.

 

Si conseguía lo que estaba diciendo, realmente aquél personaje debía ser un dios. En cualquier caso y a pesar de lo extraño de la situación, las palabras que había dicho no me parecieron pronunciadas por ningún demente, así que decidí continuar con aquella conversación.

 

- ¿De veras me vas a ayudar? ¿Cómo lo piensas hacer?

- Recuerda que estás hablando con un dios –dijo sin enfadarse- Y un dios poderoso que hace de intermediario entre los otros dioses y los mortales. El único dios capaz de eso… Pero eso te lo iré contando por el camino. Ahora debemos salir de este lugar.

- ¿Dónde vamos?¿Dónde me llevas?

- A mi morada. No está lejos. A unos cincuenta quilómetros de aquí, según vuestras medidas. A un aliento en la distancia de los dioses.

 

Salimos del Auditorio Manuel de Falla camino de un hogar que imaginaba en las nubes y lleno de columnas. O al menos así se dibujaba el Olimpo de los dioses en los libros de historia antigua. Por el rabillo del ojo observaba el caminar nervioso de mi dios particular que ahora se concentraba en aquella especie de cuerno que sujetaba en su mano derecha. Fuera del recinto, en los jardines que rodean La Alhambra, alzó sobre su cabeza el cuerno haciendo salir de él una espesura negra, llena de pequeños puntos luminosos que rápidamente se evaporaban hacia el cielo.

 

- Es la Noche –dijo- Mi madre. Desde el principio de los tiempos cada vez que se pone el Sol alzo mi mano derecha para que la Noche llene de oscuridad la Tierra. Es entonces cuando, con la otra mano, agito ésta flor y os hago dormir.

- No estás teniendo mucha suerte conmigo –le dije con sonrisa medio burlona.

- Como te he dicho antes, tu problema no es dormir. Es soñar. Y tengo el remedio adecuado – y ofreciéndome su espalda me dijo- Sube y cógete de las alas de mi cabeza. Llegaremos en un aliento.

 

 

 

Con solo tocar las alas de su cabeza me vi trasladado a otro lugar que, para mi sorpresa y no sin cierta decepción, no estaba rodeado de nubes ni cargado de columnas. Era una gran villa dónde reinaba una gran actividad a pesar de lo avanzado de la hora.

 

- Antes vivía en el “Hades” –me explicó Hypnos cuando nos encontramos frente a la entrada de la residencia- pero era un lugar donde no llegaba la luz del sol y, la verdad, como me gusta ir desnudo pedí a los dioses que me trasladaran a un lugar donde pudiese ver el Sol. Así que me transportaron aquí dónde todos me hacen ofrendas y me veneran. Por suerte pude traerme a toda mi familia, menos a mi hermano gemelo Tánatos, que se quedó a vivir en el “Hades”. Sólo viene de vez en cuando a visitarnos por si puede echarnos una mano a mi y a mi socio.

- ¿Pero tienes un socio? - pregunté extrañado-

- Asclepio, dios de la Medicina. Mira –dijo señalándome la puerta de la residencia- viene a saludarnos.

 

Un hombre maduro de cabello rizado y aspecto venerable que portaba un báculo en el que se retorcía una serpiente se acercó a saludarnos.

- Bienvenido a casa Hypnos. Os estábamos esperando –y dirigiéndome una mirada sonriente continuó- La verdad es que tenía ganas de conocer a ese mortal tan recalcitrante con los sueños. Pasad dentro y empezaremos con la “incubatio”.

Viaje al mundo de los sueños (1ª parte)

Viaje al mundo de los sueños (1ª parte)

 

“Los sonidos se van. Desaparecen casi sin darse cuenta. Como el aire. Comienzan a moverse otras imágenes no ya del mundo sino de lo otro donde no existe ley de gravedad. Es la transformación donde ahora rige la sensitividad, la vida misma. No una ficción sino una verdad más. Una verdad mayor. Un más si mismo. Un mal dibujo de lo que yo soy cuando digo que soy ‘Entre Líneas’. Cuando me digo yo. Y abro los ojos.”

 

Había pasado una semana horrible. El insomnio se cebó especialmente en mí y acumulaba cansancio para el fin de semana. Además, la ausencia de sueños, acrecentaba ese malhumor desganado enemigo de cualquier iniciativa que me planteasen. En esas circunstancias llegué al viernes, en esas y en un creciente nerviosismo ante la perspectiva de tener que coger el avión esa misma tarde para dirigirme, en cita casi obligada por mi pareja y ordenada por mi conciencia, a Granada. Reconozco que no me gustan los aviones, no porque se pueda tener un accidente del que probablemente no saliese vivo. No es por eso ya que a fin de cuentas ni me iba a enterar del momento del tránsito del mundo de los vivos al de los muertos. No, la razón es mucho más prosaica porque imagino que mi cuerpo, tras un accidente aéreo, quedaría irreconocible y sus trocitos esparcidos en un radio más o menos amplio. Me causa un espanto terrible pensar que a la hora de recomponer los pedacitos que encontrasen de mi para entregar el cuerpo, o lo que fuese, a mis deudos, se hubiesen equivocado al juntarlos y los hubiesen ensamblado, por poner un ejemplo, con alguien indeseado para mí. Un inspector de hacienda a punto de jubilarse, sin ir más lejos. Me veo nuestros espíritus vagando juntos toda la eternidad. La mitad del espíritu me lo fiscalizaría todo, hasta las cuentas con el “más allá” que es algo que debe fastidiar un montón. No podría largarme de “valkirias”, ni comprarme un paraíso, al no poder justificar ingresos para semejantes dispendios. A pesar de esas especulaciones, el peso de mi conciencia que recordaba el estado de abandono en el que tenía a mi pareja y la ingestión de una pastilla de “sumial10” , pudo más que mis temores y me decidí, casi arrastrándome por los hangares del aeropuerto de Barcelona, a coger el vehículo aéreo que me llevaría a una eternidad que estaba en manos de la pericia o impericia del “cesei” patrio .

 

Lo cierto es que el vuelo fue de lo más tranquilo, el “pelotazo” de tranquilizante hizo efecto, sin más turbulencias que las del aterrizaje en el aeropuerto de Granada dónde soplaba un viento frío que venía de Sierra Nevada. Eran las seis de la tarde. Estaba deseando llegar al hotel para acabar mi particular aterrizaje en la pista corta de la cama y dormir todo el fin de semana. Craso error el mío.

 

- Nos vienen a buscar unos amigos, cariño.

- ¿De veras? – esbocé una sonrisa tonta, sin apenas darme cuenta que mi pareja iniciaba el “programa” que me tenía preparado para el fin de semana.

- Si. Por cierto, esta noche nos han invitado a un concierto en el Auditorio Manuel de Falla . Ya sabes el que está en el recinto de La Alhambra ¿A qué es fantástico?

- ¡Maravilloso! – dije con un entusiasmo que hubiese animado a permanecer en la tumba a cualquier muerto que pudiese escucharme-Oye ¿y quién toca?- intenté disimular con una pregunta mi desinterés.

- ¡Ah, no sé! ¡Pero puede estar bien ¿A qué sí?! Luego iremos a cenar y después…

 

Ya no quise escuchar mucho más porque, por lo visto, en el programa de actividades no aparecían conjuntamente los términos “cama” y “dormir”. El concierto empezaba a las nueve de la noche y, como iba el “todo Granada”, había que vestirse para la ocasión. Con americana, corbata y, por supuesto, zapatos brillantes. A mi me fastidia vestirme de uniforme los fines de semana, pero no protesté gracias a que aún me duraba el efecto de pastilla, lo que me hacía estar en un estado de “semi-estupidez” ingrávida, y que la conciencia amenazaba con acabar con esa placidez de me invadía.

 


 

El festival se llamaba “Rajmáninov” y se interpretaban piezas de Mikhail Glinka, el ínclito Sergei Rajmáninov y Piotr Ilich Chaikovsky. No estaba mal pero, con el cansancio que arrastraba, dudaba mucho llegar despierto a la “Patética” de Chaikovsky llena de notas que invitaban al abandono de los sentidos previo cerramiento ocular. Eso iba a significar para mí caer en el más profundo de los sueños… Aguanté sin cerrar los ojos más allá del descanso aunque confieso que hice un amago, incluso doblando la cabeza, cuando el pianista atacaba el “alegro ma non tropo” del concierto para piano y orquesta núm. 3 en Re menor de Rajmáninov. Mi resistencia llegó a su límite justo en la última pieza. Cuando se interpretaba la Sinfonía “Patética de Chaikovsky”. Entrando en el “Finale. Adagio lamentoso-Andante” cerré los ojos. Fue un instante, no más allá de una milésima de segundo, pero al abrirlos me encontré sumergido en un particular viaje al mundo de los sueños.

 

 

Interactividad

Interactividad

Una de las fantasías que recuerdo desde que tenía uso de razón -si es que las fantasías entran en la conciencia- era el poder colarme por la pantalla del televisor cuando me apeteciese. Lo imagino desde que mi madre me sorprendió intentando traspasar la ventana del “Edison”, así se llamaba el aparato, a la manera que lo hacían los personajes de la serie “El Tunel del Tiempo” . El episodio de mi “viaje” a través del tiempo, se saldó con la rotura de la pantalla del televisor (afortunadamente mi cabeza era más dura), un chichón de proporciones considerables y un sermón de mi madre acerca de que “no tenía edad para creerme todo lo que veía en la televisión”, comentario este último que no hizo delante de mi padre, gran aficionado a los ‘telediarios’ de la época. No obstante la bronca, continué creyendo que era posible llegar a traspasar el tubo del televisor. Esta vez debía ser más meticuloso en mi acción y para ello decidí que antes era necesario un concienzudo entreno. Así que llenaba la bañera de mi casa hasta los topes y me sumergía en el agua emulando al “Seaview” . Por aquella época y aunque era un avezado estudiante aún no había asimilado el principio de Arquímedes cuestión ésta que, a mi paciente madre, no le hizo ninguna gracia cuando inundé el baño en una de mis “inmersiones bañeriles” tan agitadas como lo eran las del Almirante Nelson o el capitán Lee Crane. Debo reconocer que aquél nuevo y fallido intento por cruzar al mundo de la ilusión, tuvo un pequeño cambio cuando descubrí la nave “Enterprise” y su transmutador de partículas que permitían a los personajes viajar a través del espacio y el tiempo disolviéndose como si fueran azucarillos.

 

 

 

 

 

La revelación que tuve en ese momento fue percatarme que los viajes eran posibles a la inversa, es decir, sólo los personajes que aparecían en la pantalla del televisor podían aparecer en el comedor de tu casa, en la cocina e, incluso, en tu habitación. Suerte que descubrí aquello justo unos minutos antes que intentase “transmutarme” derramándome por encima varios litros de ácido sulfúrico que sabía era muy buen disolvente. Es broma, por supuesto. Y me puse en esa operación inversa, entrar dónde los demás estuvieran para interaccionarme con ell@s. Lo cierto es que, después de varios intentos aún no lo he conseguido. Lo sigo intentando y hoy, mejor dicho, esta madrugada, lo volveré a ensayar de nuevo durante unos minutos…o segundos.